Si yo, tu empresa, pudiera hablarte
- No te fíes del cuñado

- 10 nov
- 3 Min. de lectura

Si yo, tu empresa, pudiera hablarte, no te pediría milagros ni un bonus de fin de año. Solo te pediría que me escuches un poco más.
Llevamos tiempo juntos, y aunque a veces me tienes olvidada entre facturas y correos, te prometo que no quiero darte más trabajo. Solo quiero que volvamos a entendernos. Porque últimamente noto que no dormimos igual, ni tú ni yo.
Mis cuentas también tienen sentimientos
A veces me dejas la contabilidad al desnudo, y te juro que paso vergüenza. Si las cuentas no cuadran, me estás dejando en bragas frente a una inspección.
Yo no te pido que seas contable, pero sí que revises conmigo lo que entra y lo que sale, que no metas un gasto “por probar” ni escondas una factura como si así fuera a desaparecer.
Cada número cuenta una historia, y cuando una no encaja, el resto tambalea. Y créeme, no hay plantilla que aguante una mala historia contable.
Contratemos bien, que ya tenemos bastantes dramas
No fiches a alguien “por compromiso”, ni te creas que un contrato mal hecho es un detalle sin importancia. Si no contratamos correctamente o no cumplimos con nuestras obligaciones laborales, se me cae la cara de vergüenza.
Y lo que es peor: si el trabajador no está protegido, si no evitamos riesgos, yo no sé si tú dormirás tranquilo, pero a mí me vas a dejar sin salud mental.
No necesito más manos, necesito manos que sepan lo que hacen. Porque una empresa sin orden no es una empresa: es un grupo de WhatsApp sin administrador.
Los impuestos no son un castigo, son una prueba de amor
Míralos bien. Haz que sean claros, que sean limpios, que sean tuyos. Los impuestos no se esquivan, se gestionan. Y cuando los disimulas o los improvisas, me duele más que un cierre fiscal mal cuadrado.
Yo no quiero dramas con Hacienda, quiero que cada declaración diga la verdad, esa que a veces asusta, pero siempre libera. La transparencia no solo evita sanciones, también mejora la digestión.
Mi salud también importa
Tú hablas mucho de salud mental, pero ¿has pensado en la mía? Una empresa desorganizada también enferma: pierde foco, energía y estabilidad.
Yo necesito un poco de orden, un calendario realista, un presupuesto que respire. No quiero dietas milagro, quiero constancia.
Cuando me cuidas, crezco contigo. Cuando me ignoras, empiezo a tener fiebre.
Y si la fiebre sube, ya sabes quién paga el ingreso.
Hagamos que el banco nos quiera
No te pido que me compres flores, te pido que planifiques. Que no vivamos de sustos, ni de ingresos que llegan al borde del precipicio.
Si trabajamos con criterio, si controlamos gastos y decidimos con cabeza, el banco dejará de mirarnos con esa mezcla de duda y compasión.
Hagamos que el banco crezca, no que aguante. Y, por favor, dejemos de hacer transferencias con fe y sin saldo.
En resumen: quiero una relación sana contigo
Quiero que nos entendamos. Que sepas lo que firmamos, lo que declaramos, lo que contratamos. No quiero que me digas que todo va bien, quiero que sepas si realmente va bien.
Yo no necesito un héroe, necesito un líder con criterio, que no se fía del cuñado, que pregunta, que escucha, que decide.
Porque cuando me entiendes, me vuelvo estable, predecible y rentable. Y tú, tranquilo, seguro y orgulloso.
Y sí, tengo sentido del humor (porque si no, ya me habría dado de baja)
Yo soy tu empresa, y no te guardo rencor por los sustos. Solo quiero que, la próxima vez, me revises con calma antes de ponerme a temblar.
Y si no sabes por dónde empezar, lee “No te fíes del cuñado.” Ahí entenderás cómo cuidarme sin dramas, cómo traducir los números a palabras normales, y cómo reírte mientras aprendes a poner orden.
Porque no hay gestión sin cabeza, ni negocio sin humor. 😉



Comentarios